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La historiografía tradicional de la América hispana ha tendido a fijar el origen de sus ciudades en el acto formal de la fundación colonial. Este rito, solemnemente ejecutado por la autoridad virreinal o gobernativa en nombre de la Corona, no solo otorgaba legitimidad jurídica, sino que cimentaba una narrativa particular: la de la “creación” de la urbe por la civilización europea sobre un espacio supuestamente inane o carente de organización compleja. En Chile, la ciudad de Curicó, cuya “Noble y Leal Villa de San José de Buenavista” se formalizó el 9 de octubre de 1743 bajo la rúbrica del Gobernador José Antonio Manso de Velasco, no ha sido ajena a esta concepción. Sin embargo, una mirada más profunda y descolonizada a su génesis revela una realidad mucho más rica y preexistente, donde la formalización española fue, en esencia, una superposición administrativa sobre un territorio y una cultura que ya se gestaban desde tiempos inmemoriales.
I. Kuruko: El Espacio Vibrantemente Habitado Antes de la Villa
Para comprender la verdadera naturaleza de Curicó, es imprescindible trascender la fecha de 1743 y sumergirse en los estratos temporales que la preceden. El valle que hoy ocupa la ciudad, cuyo topónimo indígena original Kuruko (del mapudungún, “agua negra” o “piedra de agua”) ya daba cuenta de sus características geográficas esenciales, no era un lienzo en blanco. Por el contrario, constituyó un espacio de vida, interacción y desarrollo cultural para diversas comunidades prehispánicas, que lo habitaron y lo transformaron a lo largo de milenios.
La arqueología contemporánea ha desvelado evidencias irrefutables de esta ocupación milenaria. Los hallazgos en la localidad de Tutuquén, situada a escasos kilómetros del centro actual de Curicó, son particularmente elocuentes. Investigaciones arqueológicas han revelado restos que atestiguan una presencia humana antiquísima, constituyéndolo como un sitio funerario de gran relevancia para Chile central. Estos vestigios no solo indican una presencia humana antigua, sino que sugieren la existencia de complejas prácticas rituales y una profunda conexión con el territorio. La hipótesis de que el montículo sobre el cual se asienta el cementerio podría haber sido un cerrillo formado por cenizas y restos litúrgicos, un espacio ceremonial de larga data, refuerza la idea de una organización social y espiritual consolidada mucho antes de la llegada de la expedición hispana.
Además de las ocupaciones tempranas de cazadores-recolectores, la región de Curicó fue parte de la frontera sur del Imperio Inca, un límite dinámico y en constante interacción con los pueblos locales, como los promaucaes. Este periodo incaico, aunque quizás de dominación indirecta, dejó su impronta en las redes de caminos, en la organización de la población y en la introducción de ciertas prácticas agrícolas, lo que demuestra la continuidad de un territorio estratégicamente relevante y culturalmente activo (Silva G., 1983; Stehberg, 1995).
II. La Fundación Colonial: Un Acto de Formalización, No de Creación
En este contexto de profunda preexistencia cultural y social, el acto de fundación de la Villa de San José de Buenavista de Curicó en 1743 debe ser reinterpretado. Lejos de ser una “creación” ex nihilo, fue, en esencia, una formalización administrativa de un asentamiento ya existente, impulsada por las necesidades de la Corona española y los intereses de las élites locales criollas y encomenderas (De Ramón, 2000).
Las Leyes de Indias, que regían el proceso de fundación de ciudades coloniales, buscaban organizar el territorio y consolidar el dominio hispano. Sin embargo, estas normativas a menudo se aplicaban sobre realidades ya pobladas. La figura del Gobernador Manso de Velasco, en este sentido, actuó como el validador político y jurídico de un proceso más amplio. Su firma en el acta de fundación no implicó la gestión directa o la “invención” de una comunidad; más bien, otorgó el estatus legal y los privilegios inherentes a una villa colonial, facilitando la implementación de la estructura de poder española (Cabildo, Iglesia, repartimiento de solares y tierras) sobre un espacio que ya bullía de vida y organización (Lorenzo Schiaffino, 1995).
Historiadores críticos del colonialismo, como Bartolomé de Las Casas, ya en el siglo XVI, cuestionaron la legitimidad de tales “fundaciones” y la subsiguiente expropiación y reorganización de la vida de los pueblos originarios (Las Casas, 1552). Esta perspectiva nos invita a ver la “fundación” no como un origen glorioso, sino como un momento de inflexión en la historia del territorio, donde se impuso una nueva lógica geopolítica, económica y cultural. La formalización colonial tuvo la intención de “borrar” o minimizar la historia anterior, instaurando una narrativa que legitimara la apropiación y el dominio español.
III. La Identidad Híbrida de Curicó: Un Legado Multicapa
La persistencia en la narrativa popular y en la toponimia urbana (como el principal parque de la ciudad, aún nominado “Manso de Velasco”) de la idea del “fundador” español, perpetúa una visión unidimensional de la identidad curicana. Esta perspectiva, a menudo reforzada por sectores empresariales con arraigo en la herencia española, sugiere una hegemonía cultural hispana que no se corresponde con la realidad.
La cultura de Curicó, como la de muchas ciudades latinoamericanas, es intrínsecamente híbrida y mestiza. Es el resultado de una compleja y, a menudo, conflictiva interacción entre las tradiciones de los pueblos originarios que habitaron Kuruko, las costumbres y estructuras traídas por los colonizadores españoles, y las sucesivas migraciones y dinámicas sociales que han moldeado su ser a lo largo de los siglos. Desde la gastronomía y el lenguaje hasta las manifestaciones artísticas y las propias formas de habitar el espacio, Curicó refleja una amalgama cultural que desborda cualquier intento de categorización simplista (Subercaseaux, 2004).
Conclusión: Hacia una Reinvención de la Memoria Colectiva
Reconocer la existencia de un “Kuruko” vibrante antes de la “San José de Buenavista” no es negar la historia posterior, sino complejizarla y enriquecerla. Es un llamado a la descolonización de la memoria colectiva, a reivindicar las capas culturales y temporales que subyacen al relato oficial. Desafiar la imagen de Manso de Velasco como el “creador” de Curicó no es un mero ejercicio de revisionismo histórico, sino una afirmación de la identidad multifacética de la ciudad y de sus habitantes, una identidad que honra tanto sus raíces ancestrales como su evolución bajo diversas influencias.
En un mundo globalizado que busca autenticidad y profundidad, comprender que Curicó ya estaba “gestándose” antes de 1743, con sus comunidades, sus ritos y su propia cosmovisión, nos permite apreciar la riqueza de su legado cultural y construir una narrativa más inclusiva y veraz. Es tiempo de que los espacios públicos reflejen esta comprensión más holística, permitiendo que la memoria colectiva de Curicó abrace plenamente todas sus valiosas capas históricas.
Archivo Nacional de Chile. (1743, 9 de octubre). Acta de Fundación de la Villa de San José de Buenavista de Curicó. Memoria Chilena.
De Ramón, A. (2000). Santiago de Chile (1541-1991): Historia de una sociedad urbana. Sudamericana.
Las Casas, B. de. (1552). Brevísima relación de la destrucción de las Indias. [Considera la edición específica que uses si la hay].
Lorenzo Schiaffino, S. (1995). Fuentes para la historia urbana en el reino de Chile. Academia Chilena de la Historia.
Silva G., O. (1983). Los Promaucaes: Un ejemplo de adaptación de la cultura mapuche a la presencia inca. Cuadernos de Historia, (3), 5-28. [Esta es una referencia más académica para la presencia Inca en la región, la versión previa era muy general].
Stehberg, R. (1995). Instalaciones incaicas en el norte y centro de Chile. Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos. [Refuerza la presencia Inca].
Subercaseaux, B. (2004). Historia de las ideas y de la cultura en Chile, Vol. I. Universitaria.