Physical Address
304 North Cardinal St.
Dorchester Center, MA 02124
Physical Address
304 North Cardinal St.
Dorchester Center, MA 02124
En el vasto tapiz de la historia latinoamericana, ciertos episodios se desvanecen en las sombras del olvido, eclipsados por los grandes hitos y figuras que dominan los relatos oficiales. Sin embargo, es en esos rincones menos explorados donde se encuentran las claves para comprender la complejidad cultural y social que forjaron las naciones. Tal es el caso de Curicó, una villa enclavada en el corazón de Chile, cuyo nombre en mapudungún —“Curicó”, o “aguas negras”— evoca la profunda conexión entre identidad y paisaje, entre historia y territorio. Sobre-Fundada en 1743 como San José de Buena Vista de Curicó, esta localidad fue escenario de una batalla emblemática durante el turbulento proceso de independencia chilena, un episodio modesto en los grandes relatos, pero vital para comprender el espíritu y la resistencia que moldearon la nación.
Para adentrarnos en la Batalla de Curicó, debemos situarnos en el Chile de principios del siglo XIX, en plena efervescencia de su proceso independentista. Tras la efímera “Patria Vieja”, la monarquía española, bajo el reinado de Fernando VII, impuso la Restauración Monárquica (1814-1817), también conocida como la Reconquista. Este fue un tiempo de represión sistemática y brutal, que, paradójicamente, avivó aún más el deseo de libertad. Propiedades confiscadas, encarcelamientos arbitrarios y destierros a lugares remotos como el inhóspito Archipiélago Juan Fernández marcaron la vida cotidiana. El regimiento Talaveras, bajo el mando del capitán San Bruno, se convirtió en símbolo de esta opresión. Como señala el historiador británico Simon Collier, autor de Ideas y política de la Independencia Chilena, 1808-1833, esta “estrategia del terror” fue una herramienta política deliberada, diseñada para desarticular el movimiento independentista y someter a la población, dejando una huella imborrable en la memoria colectiva.
Mientras tanto, al otro lado de la cordillera, en Mendoza, el Ejército Libertador, liderado por el astuto general José de San Martín, se preparaba para la crucial travesía hacia Chile. Para distraer a las fuerzas realistas y facilitar la entrada de las divisiones principales, se encomendó a figuras como Manuel Rodríguez y Francisco Villota la organización de guerrillas. El célebre historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna describe a estas “montoneras” y guerrillas como “el alma de la resistencia” durante la Reconquista, destacando su profundo conocimiento del terreno y su capacidad para movilizar el apoyo popular.
El 24 de enero de 1817, Francisco Villota, hacendado de Comalle y ferviente patriota, junto a un reducido grupo de campesinos y hacendados como Manuel Antonio Labbé, se aprestaba a tomar la Villa de Curicó. Villota, nacido en Santiago en 1778 y administrador de la Hacienda Comalle, encarnaba la audacia y compromiso de la resistencia local. Su plan era avanzar hasta la Alameda de Las Delicias (hoy Alameda Manso de Velasco), donde esperaban refuerzos indígenas y campesinos de la costa, liderados por el sacerdote Juan Félix de Alvarado. Sin embargo, la ayuda nunca llegó, dejando a la guerrilla en una “espera silenciosa y tensa” que resultó fatal.
Este episodio revela una dimensión menos explorada de la independencia chilena: la participación indígena y campesina no fue homogénea ni siempre voluntaria. Estudios recientes en antropología histórica muestran que muchas comunidades indígenas estaban divididas o coaccionadas por ambos bandos, reflejando la complejidad social y cultural del conflicto.
El destino quiso que, en La Cañada, un destacamento de caballería de los dragones de la Frontera descubriera a los guerrilleros. La superioridad numérica y armamentística de las fuerzas realistas obligó a Villota y sus hombres a retroceder hacia Comalle. El saldo fue trágico: varios patriotas murieron, otros resultaron heridos y cinco fueron capturados.
La brutalidad realista alcanzó su punto álgido el 25 de enero de 1817, cuando el coronel español Antonio Morgado, jefe militar de Curicó, ordenó que los cinco prisioneros fueran colgados y fusilados por la espalda en la Plaza de Armas de Curicó. Este acto macabro buscaba infundir terror y desmoralizar a la población local, en línea con la política represiva de la Reconquista. Sus cuerpos fueron sepultados en el cementerio de la parroquia de los recoletos franciscanos.
La odisea de Villota no terminó allí. Con los pocos hombres que le quedaban, se enfrentó con valentía a los españoles en el sector de Huemul, donde fue apuñalado repetidamente por la espalda, encontrando su fin el 27 de enero de 1817. Su cuerpo fue trasladado a Curicó, desnudado y expuesto públicamente en la Plaza de Armas, una exhibición de terror destinada a despojarlo de dignidad incluso en la muerte. Sin embargo, su familia logró recuperar sus restos, y los frailes franciscanos lo sepultaron bajo el altar de la iglesia de San Francisco, donde descansan hasta hoy. Este gesto es un testimonio de la resistencia cultural frente a la represión.
Este trascendente episodio, pieza fundamental de la gesta independentista chilena, rara vez aparece en los textos escolares de Curicó. Esta omisión no es exclusiva de Chile; como advierte el sociólogo argentino Marcelo Segre, en sus estudios sobre memoria colectiva e identidad, la exclusión de historias locales contribuye a una “identidad fragmentada y a la pérdida de memoria en muchas comunidades”.
El Dr. Enrique Muñoz Reyes, académico de la Universidad Católica del Maule y presidente de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía – Filial Curicó, enfatiza que enseñar la historia local es esencial para que las nuevas generaciones desarrollen un sentido de “pertenencia e identidad con su territorio”. Al rescatar su propia historia, los niños pueden “conocerla, comprenderla y valorarla”, adquiriendo una “conciencia histórica” que les permitirá enfrentar con perspectiva crítica los desafíos sociales, culturales y políticos de su provincia.
Más allá de su pasado bélico, Curicó es hoy un vibrante polo cultural y económico, reconocido internacionalmente por su tradición vitivinícola que hunde raíces en siglos de historia. Sus viñedos, que combinan técnicas ancestrales con innovaciones modernas, forman parte de un paisaje cultural que invita a experimentar la riqueza sensorial y patrimonial de la región.
Curicó, entonces, es mucho más que un escenario de batalla olvidado: es un crisol donde historia, cultura y territorio se entrelazan para construir identidades complejas y dinámicas, que merecen ser conocidas y valoradas más allá de sus fronteras locales. Rescatar estas historias es, en última instancia, un acto de justicia cultural y un puente hacia una comprensión más profunda y global de la diversidad histórica que configura nuestro mundo.